Ricitos de oro


Había una vez una niña llamada Ricitos de Luna, que tenía el cabello tan brillante como la luz de la luna reflejada en un lago. Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, encontró un sendero que nunca había visto antes. La curiosidad la llevó a seguirlo hasta una pequeña cabaña escondida entre los árboles altos y frondosos.

La puerta estaba entreabierta, y dentro, todo parecía mágico: los muebles flotaban suavemente en el aire, los libros pasaban páginas solos y una chimenea ardía sin leña. Sobre la mesa, había tres copas de cristal con un líquido brillante en su interior.

Ricitos, que tenía mucha sed, probó la primera. Era demasiado fría. Probó la segunda, pero estaba hirviendo. Cuando bebió la tercera, sintió un calor agradable recorrer su cuerpo, como si un rayo de sol la abrazara.

Luego, vio tres sillones flotantes. Se sentó en el primero, pero subió tan alto que su cabeza tocó el techo. Probó el segundo, pero apenas flotó unos centímetros. El tercero la levantó justo a la altura perfecta y se sintió tan cómoda que casi se quedó dormida.

Finalmente, subió por una escalera que giraba en espiral hasta un cuarto con tres camas. La primera era tan mullida que casi se hundió en ella. La segunda era dura como una roca. Pero la tercera tenía la suavidad exacta y, sin darse cuenta, Ricitos de Luna se quedó dormida.

Minutos después, unos susurros la despertaron. Tres figuras traslúcidas flotaban en la habitación: eran los Espíritus del Bosque, guardianes de la magia del lugar.

—¿Quién eres? —preguntó el más grande con voz grave.
—Lo siento, tenía sed y estaba cansada… No quise molestar —respondió Ricitos de Luna con timidez.

Los espíritus sonrieron.

—No te preocupes. Has demostrado que sabes encontrar el equilibrio en la magia del bosque. Pero ahora, debes darnos algo a cambio.

Ricitos asintió, dispuesta a escuchar.

—Cada persona que entra aquí debe compartir una historia para que la magia siga viva.

Ricitos sonrió y comenzó a contar el cuento más bonito que conocía. Y así, la cabaña flotante del bosque guardó un nuevo relato entre sus ecos encantados.

Desde aquel día, Ricitos de Luna aprendió que cada puerta desconocida esconde una historia esperando ser contada.

Fin.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Fiesta de los capibaras

Ada, la reina de los números

El carrusel mágico