Luna y la Estrella Perdida
Luna y la Estrella Perdida
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una perrita llamada Luna. Era una chihuahua blanca con orejas negras y manchas en su carita, llena de energía y curiosidad. Pero lo más especial de Luna era que, cada noche, le encantaba mirar el cielo y buscar la estrella más brillante.
—Esa es mi estrella —le decía a su dueño, moviendo sus orejitas—. Me gusta porque brilla como yo.
Pero una noche, cuando Luna salió al jardín para saludar a su estrella, ¡no la encontró!
—¿Dónde está mi estrella? —pensó, moviendo su nariz de un lado a otro.
Decidida a encontrarla, emprendió una aventura. Corrió por el jardín, trepó sobre una roca, y hasta ladró al cielo, pero su estrella no apareció.
—Tal vez se cayó al bosque… —pensó Luna, y sin dudarlo, corrió hacia los árboles.
El bosque de noche era un lugar misterioso, pero Luna no tenía miedo. Sus patitas se movían rápido entre la hierba, y su nariz olfateaba cada rincón.
De repente, escuchó un suave brillito. ¡Era un pequeño destello atrapado entre las ramas de un árbol!
—¡Ahí estás! —ladró emocionada.
Pero cuando se acercó, vio que no era su estrella… era una luciérnaga que brillaba con una luz dorada.
—Hola, perrita —dijo la luciérnaga—. ¿Buscas algo?
—Sí, mi estrella desapareció y pensé que había caído aquí.
La luciérnaga sonrió y voló alrededor de Luna.
—Las estrellas no caen, pero a veces se esconden detrás de las nubes. ¿Por qué no esperamos juntas?
Luna se acurrucó en el pasto y miró al cielo junto a su nueva amiga. Pasaron unos minutos, y de pronto… ¡las nubes se movieron! Y ahí estaba, su estrella brillando con más fuerza que nunca.
—¡Volvió! —saltó Luna de alegría—. ¡Gracias, amiga luciérnaga!
Desde esa noche, Luna no solo tenía una estrella en el cielo, sino también una amiga en la tierra que brillaba junto a ella.
Fin.
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